jueves, 8 de enero de 2009

EL CHUECO

Los chamos que se vayan. En este caso los chamos éramos lo de tercer grado para abajo. A las seis de la tarde A la hora de la salida de clases. Ahí estaba. Al principio no se veía, pero todos lo escuchamos. Su voz salía del cerro que estaba frente a la escuela justo al lado de la cancha – ¿Quién se atreve a pelear conmigo? No era esto exactamente lo que decía, era algo más tenebroso; pero si era una invitación a pelear. Creo que nos decía abiertamente que nos iba a joder. Los más chamos se fueron corriendo bastante asustados. Yo me quedé.

Yo me quedé. Ya estaba en cuarto. Yo me quedé, con mucho miedo; pero con la emoción de poder asistir a una experiencia diabólica. Ahí estamos. Somos como diez .El mas grande Rogelio, luego su hermano Miguelito, Di Curó que vino de Guiria o de Guayana , Jesús Pasos, ese estudia conmigo; Alberto y Rafael Guevara, mi hermano , el negro, que estudiaba sexto y otros más que yo no conozco tanto. Todos nos quedamos congelados cuando el Chueco sale del desagüe. Por eso su voz sonaba como de ultratumba, pues la profundidad del desagüe le daba como eco.

Bajó rápidamente de su altura misteriosa y quedó frente a nosotros como a veinte pasos. Se quitó la camisa. Todos sabíamos lo que eso significaba: había que pelear. Era chueco, agarrotado pero fuerte. Y sobre todo, se podía ver de alguna manera que sin lugar a dudas era malo. Escogimos nuestro luchador. Di Curó quería enfrentarlo; pero todos pensamos que Di Curó no. El que en realidad era para enfrentar al chueco resultó ser mi hermano, el negro. Al negro también le decíamos el portugués. El también se quitó la camisa y para no pelear frente a la escuela nos fuimos todos silenciosos hacia la parte de atrás de la cancha. Lejos de la escuela, lejos de los edificios. Nosotros rodeando al negro, el chueco detrás de nosotros.

Llegamos. Comenzó la pelea. Primero fue boxeo. El negro le golpeó en la cara, le sacó sangre de la nariz; pero el chueco no se caía como había ocurrido con otros contendores, por el contrario, siempre iba para encima; como si no le doliera, aunque echaba sangre por la boca y la nariz. El chueco no tiraba mano sólo caminaba hacia el negro con los codos extendidos como un sonámbulo sin esquivar los golpes.

Con sus dos brazos largos, casi iguales. Con la diferencia de que una de las manos era más pequeña. Extraña y siniestra como un dibujito de mano, pero estaba allí para horrorizar; al final de ese brazo derecho.

Camina con los brazos extendidos hasta que lo alcanza, agarra por la cintura, lo alza; y como si no pesara nada lo arroja lejos como a un balón de básquet. El negro cae maltrecho, no se puede levantar. El Chueco camina hacia él, lo levanta, lo aprieta. Le está sacando el alma. Lo arroja. Ya el negro no se levanta. El Chueco se limpia la sangre y comienza a caminar como si fuera un gigante. Yo creo que sabe que todos estamos aterrorizados. Camina arrastrando su pie renco, toma al negro por un brazo y comienza a arrastrarlo. En ese momento nos damos cuenta de que se lo va a llevar, entonces; desesperados, le caemos a pedradas y el chueco suelta al negro y huye. Huye sin que en realidad le acertemos. Huye victorioso. Convencido, justo en ese momento, de que somos una partida de cobardes, que es mentira que somos unos caballeros. Yo lo anoto en mi diario como el día en que entre todos salvamos al negro.

NELSON LÓPEZ-
(http://bl139w.blu139.mail.live.com/mail/ApplicationMain_13.1.0132.0805.aspx?culture=es-VE&hash=1256140640)

CARICUAO 2008
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